Llego en hora. Siempre olvido que la puntualidad solo tiene significado en el Colón. Es rock. Sería extraño que algo empezara puntual. Estimo que faltan dos horas para el concierto, y ya me queda poca paciencia. En Makena, el escenario está particularmente elevado, como ya practicando la altura del éxito, aunque a veces sólo genera dolor de cuello. A la derecha del salón, una puerta y una ventana. Se ve un living-room que parece el de una casa vintage, aquél en donde el color naranja de los amplificadores orange encaja según el concepto estético de moda. Pared verde, pared animal print, sillones capitonados. Está vacío. No hay very important persons adentro. No sé si está permitido, pero entro. En la televisión dan el cuarto partido de la final de la NBA. Noto que ahí adentro la vibración de los vidrios es la única noticia del salón principal, y huyo del ruido de las bandas que animan la previa. Me acomodo en uno de los sillones bordó. Miami Heat versus San Antonio Spurs. El basquet, mitad deporte mitad ajedrez, reúne en su juego todas las actitudes de grupo unido. Quien cae tiene en el acto alguien que lo levanta, quien tira un libre desde la raya, consigue dos choques de mano sin importar el resultado. Fluyen. El silencio parece fundamental para el funcionamiento. La concentración es al entrenamiento, lo que el tiempo al reloj.
Vuelvo al salón principal. Picado Grosso está en el escenario. Un trío. Es subrepticia la dificultad para salir de lo triangular, de incorporar que por definción tienen los tríos. Aún así, hacen pensar en menos de medio minuto en red hot chili peppers. Eso siempre es bueno. El bajista parece virtuoso en sus dedos y en la palabra, que suelta en soliloquio rapero al cuarto tema. Aún así, no pretende más que su propia idea. Entusiasman por momentos con intencionesdivertidas, pero al retornar a lo plano, dejan en evidencia el truco. Terminan. Falta menos. Mientras desarman y arman en el escenario, suena smells like teen spirit y pienso en el fastidio que Cobain tenía porque su canción era más grande que él, y que de haber entendido esto no se hubiera ido justo cuando su carrera comenzaba.
Ya comenzó el ritual de t r a n s l ú c i d o, en el que se corre el centro de la tierra. ¿ Hay humano más feliz que el que sale de su eje a través del sonido ? ¿ No es el mejor músico aquél que hace bailar la imaginación ?. Esto sucede aquí. Ya nadie conversa. Desde un momento en que no se dieron cuenta, todo el salón flota en el acuífero sonido azul de translúcido. Nunca se sabe si las canciones terminan cuando parecen que terminan, porque con esta banda nada parece ser lo que parece. Nadie sobra. Toman agua entre algunas canciones y con sus movimientos componen la fluidez que ya desde el nombre, la banda reflexiona acerca de la luz. Son lo que dicen, un canal a través del cual se conoce el universo. Alguien reitera una y otra vez: "estos pibes se zarpan", "hacen lo que quieren". Y es cierto. Hacen lo que quieren, y por eso se divierten, y por eso divierte. Vuelven visible el movimiento, el verdadero milagro que es la música.
Si algo es difícil de explicar, y fácil de entender, es el mejor parámetro para conocer el umbral del placer. No importa comparar, pero si hay que hacerlo, vuelan encima del resto de la escena independiente. La corriente comercial es el producto de la debilidad en conjunto de la gente. Que a ciertas bandas las escuchen muchas personas es solamente una estadística, y no es hasta que se comprende esto, por abarcativa que sea la estadística, que se conoce el movimiento universal como sinónimo de infinito. Cuando suena translúcido sucede un acto de justicia musical, y la sincronicidad de nuestro placer con la de los músicos es una inequívoca idea de esto.